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Sonia Maza Pérez

Precaución, amigo conductor

Precaución, amigo conductor ¿Recuerdan el post que publicamos sobre la famosa receta galletil? Sepan ustedes que esa no es la única amenaza que les espera tras unas aparentemente inofensivas pastitas... Sepan lo que me ocurrió.

El sábado acudí al supermercado a hacer la compra semanal. Aparqué mi coche y me fijé, mientras cerraba la puerta, en la señora del coche contiguo. Estaba sentada, muy rígida, con los ojos cerrados y las manos tras la nuca. La verdad es que aquello me resultó gracioso, pero no le dediqué más atención y entré en el establecimiento.
Una vez terminada la compra, y tras haber esperado durante más de veinte minutos una cola interminable provocada en gran parte por la ineptitud de la cajera, me dirigí al aparcamiento de nuevo. Metí todas las bolsas en el maletero y devolví el carro a su lugar. El euro que me había permitido despegarlo de sus compañeros acabó en las manos de aquella mujer rumana que tiritaba de la mano de sus dos hijos.

Al regresar a mi vehículo me percaté de nuevo de la presencia de la mujer extraña. Seguía dentro de su coche y en la misma posición, pero esta vez, al menos, tenía los ojos abiertos. Golpeé la ventanilla por pura curiosidad y, en parte, por la expresión de sus ojos. Al comprobar que me miraba de reojo, sin moverse, con la mirada empañada por las lágrimas, decidí avisar a los encargados de seguridad.

Rompieron la ventanilla del coche y, así, la mujer nos pudo explicar que le habían dado un tiro en la nuca y que estaba sujetando su masa encefálica. Llamamos inmediatamente a una ambulancia. NO PUEDEN IMAGINAR LO QUE OCURRIÓ ENTONCES.

Tras el análisis médico pudimos comprobar que aquello que había entre sus manos no salió de la cabeza sino de un paquete de galletas que explotó por el calor provocando un fuerte ruido, que la mujer confundió con un disparo. Al tocarse la nuca y notar un pegote blando se asustó y pensó que aquello era su fin...

Y hablando de fin, hasta aquí puedo leer, porque realmente no sabría transcribir las carcajadas que allí se oyeron.

Nunca hables con desconocidos

Nunca hables con desconocidos Al enterarme de esto me vienen a la memoria todas aquellas advertencias que me hacía siempre mi madre cada vez que me llevaba al colegio.
Abrígate, lávate las orejas, pórtate bien, no cojas caramelos de desconocidos porque llevan droga...

¿Cuántas veces, una vez ya adultos, nos hemos reído de esta última frase lapidaria? ¿Cómo iban a llevar droga? ¡Qué más quisiéramos! ¡Jajajajajaja!
Pues cuidado, porque lo que parecía una broma, una exageración... está pasando ya.

Según nos han informado, se están poniendo muy de moda un tipo de calcomanías entre los niños. Sus nombres son: "Estrella Azul", "Pirámide Roja" y "Ventana de Cristal".
Estos trozos de papel están impregnados de LSD que es rápidamente absorbido por la piel sin necesidad de que la calcomanía sea pegada, simplemente con tocarla.

Lo primero que hace sospechar es que no sean vendidas, sino regaladas a los niños a la salida de la escuela. Ha costado averiguarlo porque amenazan a nuestros hijos con dejar de darles estas pegatinas si dicen algo en sus casas.

No se lo tomen a broma. Yo lo hice. Yo me reía y hacía chistes con aquellas advertencias maternas sobre la droga... Me hacían muchísima gracia.

Ahora ya no me río; no me parece bien hacerlo ante la tumba de mi único hijo.

Piratas de fuel

Piratas de fuel En la radio sonaba la Pantoja.
El café, pésimo por otra parte, ardía en mi garganta. "Cómo sabrá esto cuando mi paladar recupere el sentido..."

La jungla que nos rodeaba desvió su atención del periódico que hojeaba (u ojeaba, pues no permitía despejar esta duda) con desgana.
Les observaba con curiosidad; igual que yo lo hacía con ella.

"Se me enamora el alma, se me enamora, cada vez que te veo..."
Isabel parecía estar leyéndome el pensamiento.
El rojo llegó a ser el único color que acertaba a ver en aquel antro.
"Y eso que lleva chándal..." -me sorprendí pensando, a la vez que me descubría imaginando un futuro con ella: un ático minimalista en Madrid, una buhardilla en MontMartre y bordear el Sena al caer la noche.

Aquella chica morena de grandes ojos marrones, Lucía decidí llamarla, se levantó del taburete que ocupaba al pie de la barra. Pagó al camarero y salió por la puerta sin, ni siquiera, mirarme.
La parálisis de la decepción sólo me permitió continuar fingiendo con poca eficacia que me interesaba algo el libro que reposaba abierto entre mis dedos.
Cuando por fin me atreví a cruzar la puerta, ya había hecho cuatro o cinco tonterías como tirar el café, ya helado, por la mesa y comprar aquella odiosa cinta de la Pantoja.

Me acerqué al coche y allí estaba aquel policía mirando el interior de mi Corsa.
"Abra el coche, por favor".
Accedí con nerviosismo.
"Saque esos cd´s".
Hice lo que me pedía.
"Son piratas, ¿eh? Le va a caer una buena multa" -dijo con aire triunfal, mientras sonreía con sarcasmo, como si mi gesto demudado se debiera a su "inteligente" observación.

"Señorita, no querrá que le multe también por esto, ¿verdad?" -dijo, entre sorprendido y furioso.
Supongo que la carcajada que se me había escapado, como impelida por una fuerza contenida durante mucho tiempo, le debió de dejar perplejo.

Realmente me impresionaba muy poco aquel hombre uniformado ahora que sabía que lo que me importaba era una mujer desconocida apostada en la cafetería de una gasolinera cualquiera.
Ahora que me gustaba el color rojo.

PERFUME

PERFUME Desperté en la oscuridad. Apenas podía moverme. Entumecida, intenté levantarme, pero me dí con la cabeza en lo que, supuse, era el techo.
Extendí los brazos temerosa de lo que ya sospechaba. En efecto, aquella "habitación" no me permitía desdoblar del todo mis extremidades. Tampoco ponerme en pie, ni mucho menos tumbarme o estirar las piernas.

La fortuna de Josu había de traernos algo como esto tarde o temprano.

En la tiniebla del zulo rememoré aquella muestra de perfume: lo último que recuerdo. A la salida del centro comercial, aquellas mujeres perfectamente uniformadas me ofrecieron aspirar ese aroma. Debía de ser éter porque entre ese momento y el ahora de estas seis paredes, que percibo demasiado, no queda nada.

Desde el profundo dolor de mis rodillas intuyo que están pasando las horas, que pasarán los días. La irónica comparación con el último espacio que ocupé, el aparcamiento donde educadamente me abordaron, hace que aumente la desesperación.
El filo es cada vez más delgado.

Ya sólo rezo para no moverme porque cada soplo de aire que aspiro me hace daño.
Sólo esperar en un tiempo en el que cada segundo cae con el peso del mar sobre mis piernas, sobre cada músculo agarrotado.

La Sorpresa del Novio

La Sorpresa del Novio "¿Ves como yo tenía razón, Fifí mío, y siempre debes hacer caso a tu madre?"
Esto fue lo único que acertó a decirle a su hijo la marquesa...

Conocí a Jennifer hace tres años en una discoteca. Ella era gogó. Nunca olvidaré la apuesta que hice con mis aigos. "Whisky hasta que te hartes si consigues llevártela a la cama".
Y me harté. De whisky y de una cama siempre deshecha por ella.
Me harté tanto que a los dos meses me fui a Colorado a trabajar en un Mc Donald´s; y no es que en España no haya sitios para hacerlo, es que aquello estaba muy lejos.
Para entonces ya estaba de vuelta de todo y siempre he pensado que el traslado a Estados Unidos fue lo único que evitó otra desgracia. Algo más que añadir al suicidio de mi padre y el atropello de mi hermano pequeño que le dejó para siempre postrado en una silla de ruedas.

Volví hace ya más de un año y supe de la futura boda por las revistas que mi madre devora en las interminables tardes de peluquería y que, casualmente, siempre olvida devolver a su cesta.
Sólo tuve que hacer una apuesta más con los pocos amigos que, de aquellos que así se hacían llamar hace tres años, me quedan. Sólo un pequeño trámite para trabajar como camarero en aquel hotel y aquella precisa noche. Sólo esperar unos cuantos años para empezar a vengarme del capullo de Fifí.

Y espera, pijo de mierda, porque me queda aún mucha cuerda para hacerte pagar por conducir aquel deportivo borracho como una cuba.

A mí no podrá comprarme tu mamá. Yo no soy aquel juez que dejó un delito impune. Ese que acaba de salir del baño tan ebrio como para no darse cuenta de que aquélla que acompaña al camarero, en la incómoda y vergonzosa situación en que acaban de ser descubiertos, lleva un no tan inmaculado vestido de novia.

¿Has probado la Receta?

¿Has probado la Receta? 2 tazas de mantequilla
4 tazas de harina
2 cucharaditas de soda (club soda)
2 tazas de azúcar
3/4 kilos de virutas de chocolate
3 tazas de frutos secos triturados (al gusto)
2 tazas de azúcar moreno
1 cucharadita de sal
50 gramos de chocolate rallado
4 huevos
2 cucharaditas de levadura
2 cucharaditas de vainilla

Medir la avena y molerla hasta convertirla en polvo fino. Deshacer la mantequilla y mezclar con los 2 tipos de azúcar. Añádir los huevos y la vainilla, mezclar con la harina, la avena, la sal y la levadura. Añadir las virutas de chocolate, la tablita de chocolate y los frutos secos. Hacer bolitas y colocarlas separadas a 5 cm. en una bandeja de horno. Hornear durante 10 min. a 200 grados. Salen 112 galletas...

112 galletas y algo más fue lo que me costó aquella receta. Mi amigo Fermín y yo estábamos en una conocida pastelería de Pamplona. Íbamos a desayunar y pedimos un par de cafés con leche y las deliciosas galletitas que hacen famoso a este establecimiento (todos sabéis de qué hablo). Se aproximaba mi cumpleaños y decidí que sería una buena idea hacerles estas galletas a mis amigos, así que le pedí la receta a la camarera. Con un hostil gesto, me respondió que no. Sorprendentemente, al ofrecerle pagar por la receta, sonrió y asintió con la cabeza. Me dijo que me costaría dos cincuenta euros, y le respondí que me lo cobrara junto con el desayuno. Pagué con tarjeta.

Un mes después, llegó a mi casa el recibo del banco con los extractos de mi cuenta. Tuve suerte de estar sentada al abrir la carta. Mi cuenta estaba en números rojos, y todo por... las dichosas galletas. ¡¡Me habían cargado 250 euros!! Llamé al citado establecimiento, y con mucha grosería me respondieron que no se hacían responsables de lo que hubiera dicho la camarera y que una vez vista su receta magistral no podían devolverme mi dinero.

Mi enfado llegó hasta límites tales, que, como verán, me he propuesto hundir a esta empresa.

SIGAN DIFUNDIENDO LA RECETA. Gracias.

2 Euros

2 Euros Un nuevo día, una mañana más. Otras 24 horas para dar vueltas, cambiar de lugar una y otra vez.
El desarraigo es la señal de identidad de las que son como yo. De todos, pero sin dueño. Nunca comprometidas con nadie.
Mil dedos rozarán hoy mis curvas; por mil manos pasaré y pasaré hasta marearme, hasta no saber a quién pertenezco al llegar la noche.
Cien veces arrojada, otras cien en el suelo, recogida y vuelta a caer. Y de puro utilizada ya no siento el dolor.
Espero el día en que todo pare, en que todo acabe de una vez. Dejar de sentirme usada, sucia, corriente.

Pero hoy todo ha vuelto a empezar.

-¡Álvaro! ¿Has visto esto? ¡Pero si acaban de sacarlas del horno como quien dice!
-¿Cómo lo has hecho?
-¿Yo? Se me ha caido...
-¡Es verdad! ¡Lo oí en la tele! Es por el borde que hay entre las dos aleaciones.
-Habrá caido de plano.