Precaución, amigo conductor
¿Recuerdan el post que publicamos sobre la famosa receta galletil? Sepan ustedes que esa no es la única amenaza que les espera tras unas aparentemente inofensivas pastitas... Sepan lo que me ocurrió.
El sábado acudí al supermercado a hacer la compra semanal. Aparqué mi coche y me fijé, mientras cerraba la puerta, en la señora del coche contiguo. Estaba sentada, muy rígida, con los ojos cerrados y las manos tras la nuca. La verdad es que aquello me resultó gracioso, pero no le dediqué más atención y entré en el establecimiento.
Una vez terminada la compra, y tras haber esperado durante más de veinte minutos una cola interminable provocada en gran parte por la ineptitud de la cajera, me dirigí al aparcamiento de nuevo. Metí todas las bolsas en el maletero y devolví el carro a su lugar. El euro que me había permitido despegarlo de sus compañeros acabó en las manos de aquella mujer rumana que tiritaba de la mano de sus dos hijos.
Al regresar a mi vehículo me percaté de nuevo de la presencia de la mujer extraña. Seguía dentro de su coche y en la misma posición, pero esta vez, al menos, tenía los ojos abiertos. Golpeé la ventanilla por pura curiosidad y, en parte, por la expresión de sus ojos. Al comprobar que me miraba de reojo, sin moverse, con la mirada empañada por las lágrimas, decidí avisar a los encargados de seguridad.
Rompieron la ventanilla del coche y, así, la mujer nos pudo explicar que le habían dado un tiro en la nuca y que estaba sujetando su masa encefálica. Llamamos inmediatamente a una ambulancia. NO PUEDEN IMAGINAR LO QUE OCURRIÓ ENTONCES.
Tras el análisis médico pudimos comprobar que aquello que había entre sus manos no salió de la cabeza sino de un paquete de galletas que explotó por el calor provocando un fuerte ruido, que la mujer confundió con un disparo. Al tocarse la nuca y notar un pegote blando se asustó y pensó que aquello era su fin...
Y hablando de fin, hasta aquí puedo leer, porque realmente no sabría transcribir las carcajadas que allí se oyeron.
El sábado acudí al supermercado a hacer la compra semanal. Aparqué mi coche y me fijé, mientras cerraba la puerta, en la señora del coche contiguo. Estaba sentada, muy rígida, con los ojos cerrados y las manos tras la nuca. La verdad es que aquello me resultó gracioso, pero no le dediqué más atención y entré en el establecimiento.
Una vez terminada la compra, y tras haber esperado durante más de veinte minutos una cola interminable provocada en gran parte por la ineptitud de la cajera, me dirigí al aparcamiento de nuevo. Metí todas las bolsas en el maletero y devolví el carro a su lugar. El euro que me había permitido despegarlo de sus compañeros acabó en las manos de aquella mujer rumana que tiritaba de la mano de sus dos hijos.
Al regresar a mi vehículo me percaté de nuevo de la presencia de la mujer extraña. Seguía dentro de su coche y en la misma posición, pero esta vez, al menos, tenía los ojos abiertos. Golpeé la ventanilla por pura curiosidad y, en parte, por la expresión de sus ojos. Al comprobar que me miraba de reojo, sin moverse, con la mirada empañada por las lágrimas, decidí avisar a los encargados de seguridad.
Rompieron la ventanilla del coche y, así, la mujer nos pudo explicar que le habían dado un tiro en la nuca y que estaba sujetando su masa encefálica. Llamamos inmediatamente a una ambulancia. NO PUEDEN IMAGINAR LO QUE OCURRIÓ ENTONCES.
Tras el análisis médico pudimos comprobar que aquello que había entre sus manos no salió de la cabeza sino de un paquete de galletas que explotó por el calor provocando un fuerte ruido, que la mujer confundió con un disparo. Al tocarse la nuca y notar un pegote blando se asustó y pensó que aquello era su fin...
Y hablando de fin, hasta aquí puedo leer, porque realmente no sabría transcribir las carcajadas que allí se oyeron.